sábado, 15 de agosto de 2015

Ahí vamos.

Esto es lo que permanece después de la tormenta, de la duda, de la vida cuando ya no queda nada, y estiramos la mano y alguien la aferra y sentimos que ya puede pasar de todo y no tememos que nada pase, porque estamos ahí, en medio de todo, la mano sujeta, lejos de la soledad, de esa necesidad urgente de saber si había alguien allá fuera y aunque a veces cueste, sabiendo que nada fallará, aunque a veces falle y todo cueste y parezca que no y casi, casi, nos perdamos en cada mar infinito que surge a cada paso, a cada puerta que entreabrimos, a cada paso que no damos.

Pero no. Esta esa mano. Ahí. Esa mano vieja, a veces antigua, a veces recién llegada, a veces firme, a veces temblorosa, a veces lejos pero no distante, pero que sujeta todavía, que nos dice, nada más temblando, que está ahí, que no se suelta, que un día, o un momento, o una vida, se tendió, perdida como la nuestra en este infinito universo que borbotea silencios y dudas, que la nuestra es  la mano que encontró cuando, detrás de todo, buscaba algo, algo sincero, algo firme a lo que si no aferrarse, al menos tocarse, reconocerse, saberse y que bueno, que está ahí para cuando haga falta y está ahí cuando hace falta, y que no lo dice, pero espera que sea así y no lo decimos, pero sabemos que será así, que haremos lo posible, que no podemos afirmar, nadie puede, que pasará en ese futuro que se va  medio construyendo medio descubriendo cada instante, y que  aunque parezca que no, aunque el tiempo irrumpa devorando, o los kilómetros o lo que sea, estaremos, o estará al menos la sombra suficiente de aquellos momentos, tal vez de esos precisos momentos, para recordar que podremos perdernos, y no saber, y equivocarnos, y que ahi fuera se equivocan, y se pierden, y no saben, pero que bueno, que siempre queda algo, que siempre hay algo que hace que merezca la pena, que cuánto cuesta construir todo, que qué rápido desaparece y que cuando todo cae, cuando nada queda, estaremos, o haremos por estar, toda esta red tendida de manos abiertas que si cae, aunque sea solo un amago, no será, no lo permitiremos, ni demasiado hondo, ni por mucho tiempo.

domingo, 9 de agosto de 2015

Viejos árboles

Hay días que sí 
y días que no,
días que sí se puede 
y días que cuestan,
que se atragantan los minutos,,
que todo pasa tan despacio,
que todo está tan lejos,
que no se oye nada,
nada,
y el silencio
pesa,
pesa,
acorrala,
abruma,
hiere,
y el tiempo
se muere
se agota
se estira
se espera,
no llega,
no pasa,
no vuelve, 
no termina
de acabarse.

Hay días que siguen a un momento
y son ese momento todo el día
y solo queda esperar a que la vida siga,
porque al final la vida sigue y todo se olvida,
porque tiene que olvidarse,
porque todo pasa, 
porque tiene que pasar,
porque no puede doler tanto,
no todo el tiempo,
todo ha de irse,
de borrarse,
y se borran los rostros,
los buenos, los malos,
y los nombres, 
los buenos, los malos
los años,
los buenos, los malos
y nada queda 
de lo que fue todo
y nos rompemos,
y ya está, ya está hecho,
y toca
lo que toque.
Y todo sigue,
y ya está dicho,
y ya veremos,
y ahora tocar seguir, sí
todo eso.
Pero ¿Cómo seguimos?
¿Cómo empezar?
¿Cómo se cierra,
se entrecierra,
se deja de mirar la luz
de esa otra puerta
que quisimos cruzar,
que no supimos,
o que nada más
esta ahí,
planteando 
la probabilidad equivocada,
la otra, 
esa vida distinta
sin este momento,
sin estos días
que cuestan tanto
que duelen tanto,
que no pasan aunque se acaben,
que el corazón recuerda 
aunque lo demás se borre?